Seguimos en la brecha, que esto aún no ha terminado y nos encantaría tener una experiencia en torno a la escritura aún con más impacto.
Dicen que la función de la escritura es la perpetuidad de la palabra a lo largo del tiempo. Este es precisamente nuestro objetivo ahora: permitir que los procesos terapéuticos de las mujeres participantes en el taller, íntimos aunque compartidos con un grupo reducido, se conviertan en palabra escrita y herramienta para que otras mujeres se animen a iniciar su liberación del círculo de violencia machista. Por eso queremos hacer realidad la publicación de un nuevo libro, un segundo 'Ni príncipes ni perdices' que no tendrá nada que ver con este porque serán nuevas voces en primera persona.
Queremos también recordar hoy, en el 150 aniversario de su nacimiento, a una poderosa escritora y periodista (la primera mujer profesional de este ámbito en España y corresponsal de guerra), luchadora por los derechos de las mujeres y, desgraciadamente, censurada por la dictadura franquista hasta su olvido: Carmen de Burgos (Colombine). Recomendamos la breve biografía que le dedicó el blog Mujeres en la historia, un buen espacio en internet que recupera la memoria perdida de muchas figuras femeninas: http://www.mujeresenlahistoria.com/2014/12/una-escritora-llamada-Colombine-carmen.html
Y, extraído del amplio y contextualizado reportaje que le hicieron en Yorokobu hace un año, os dejamos un fragmento de una de las novelas de Carmen de Burgos, La malcasada (1923):
—No seas tonta, Dolores, y no te abatas así —solía decirle—. Yo comprendo que es triste que tu marido no te atienda como tú te mereces y ande por ahí con querindangas. Pero no sabes tú lo que hacen otros. Después de todo nada te falta en tu casa, y no se mete contigo. Créete que lloras sólo con un ojo.
Dolores asentía. ¿A qué quejarse? No pudiendo ser dichosa se conformaba con verse libre de las caricias de su marido. Era aquello lo que buscaba con el divorcio. Le bastaba con poseer el dominio de su cuerpo, con no tener que envilecerse en una unión sin amor; con no verse obligada a cumplir aquella obligación que las damas devotas llamaban el débito conyugal.
Era aquello la mayor monstruosidad con que emporcaba el matrimonio. Al verse libre de ella, pensaba en que verdaderamente era feliz.
Seguimos recuperando la palabra de las mujeres. ¿Nos ayudas?