A raíz de las movilizaciones de la comunidad campesina de los últimos días, creemos que es un buen momento para reflexionar sobre el futuro que queremos para nuestro territorio. Stopagroparc tiene claras sus prioridades:
- Entorno natural: cuidar un entorno natural sano, preservando la biodiversidad y el equilibrio de los ecosistemas
- La identidad: promover una identidad rural perdurable, favoreciendo el relevo generacional de la gente campesina, que a su vez prioricen la calidad de sus productos frente a la productividad a costa de lo que sea
- La salud: garantizar productos saludables y sin residuos tóxicos dañinos para el entorno y los consumidores
- La economía: un modelo económico basado en la diversidad de proyectos agrícolas arraigados al territorio, la creación de sinergias entre ellos y la proximidad productor/a-consumidor/a
- La soberanía alimentaria: impulsar la producción local y minimizar la dependencia de productos y recursos externos
Debemos promover nuestro tejido agrícola familiar y local y no dejarnos convencer de que sólo la agricultura y la ganadería intensivas son sostenibles económicamente, porque la historia nos dice lo contrario. Es en la actualidad, cuando el modelo agroindustrial que confunde agricultura con industria está imponiendo sus prácticas devastadoras y condicionando las agendas políticas, que la gente campesina se siente oprimida, infravalorada y maltratada. Los y las campesinas que, no lo olvidemos, son el principal agente cohesionador del mundo rural, arraigando gente al territorio, potenciando el mosaico agrícola forestal, promoviendo prácticas más respetuosas con el medioambiente y la sociedad, y un largo etcétera.
La agricultura practicada por Ametller Origen es un ejemplo claro de agricultura industrial antagónica a la agricultura local de pequeña y mediana escala. Ametller impone una agricultura intensiva, acaparadora de tierras, donde el principal objetivo es conseguir la máxima producción y el consiguiente crecimiento económico. Una agricultura que no sólo devora los recursos naturales y depende del uso de pesticidas, sino que además convierte a la gente campesina en subcontratados o asalariados precarios. Ello conlleva asociado un modelo de negocio que se sustenta en la importación y exportación de productos. Un modelo que perjudica a las y los agricultores locales, la soberanía de las comunidades, la biodiversidad y aumenta estrepitosamente la huella ecológica. Por mucho que digan, su modelo de crecimiento continuo NO es, en ningún caso, sostenible.
Mientras las administraciones apuesten por un modelo agroindustrial y lo favorezcan (con subvenciones y ayudas públicas o promoviendo leyes a medida para las grandes empresas), y permitan el greenwashing alimentario y el “tocho verde” que las grandes empresas llevan a cabo con el marketing corporativo, pervirtiendo términos como sostenibilidad (¿cuál?), valores (¿cuáles?), agricultura (¿de qué tipo?), entre muchos otros, con el consiguiente desplazamiento de la comunidad campesina, se estará provocando el abandono del mundo rural, la pérdida de oficios ancestrales, así como de la soberanía alimentaria y también la riqueza natural y paisajística que siempre ha definido el territorio catalán.
Nos parece interesante compartir una reflexión hecha por el colectivo Eixarcolant en su manifiesto Canviem el terreny de joc. Construïm un nou paradigma per al futur de la pagesia (Cambiemos el terreno de juego. Construyamos un nuevo paradigma para el futuro del campesinado), motivado también por las movilizaciones de los agricultores de estos días:
«Desde las miradas extractivas y productivistas de la agricultura y la ganadería se intenta enfrentar la actividad económica con la ecología y la biodiversidad, confundiendo conceptos y justificando así ciertas prácticas. Sin embargo, cuando decimos que una cosa debe ser sostenible quiere decir que debe perdurar en el tiempo. Así, la agricultura y la ganadería sólo podrán sobrevivir -teniendo en cuenta los recursos finitos del planeta- si contribuyen al equilibrio ecológico y a la biodiversidad que sustenta la propia actividad agraria- aunque sea de forma difusa y difícil de monetizar-.»
La salud de la tierra, de nuestros ecosistemas, empeora allí donde el modelo agroindustrial está presente, y a esto no se le puede llamar sostenibilidad. Los agricultores locales bajo prácticas ecológicas, biodinámicas, permacultoras o regenerativas, representan la mejor aportación que se puede hacer al futuro de nuestro territorio. Y esto lo podrán seguir haciendo siempre y cuando tengan el apoyo social e institucional necesario para no morir en el intento.
Tal y como dice Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria, en el artículo publicado recientemente en El Salto Diario,
«El actual modelo se ha de acabar, necesitamos una verdadera transición ecológica del sistema alimentario, sacarlo de una vez de la dinámica del libre mercado global abandonando este modelo agroexportador basado en el consumo de agua, los hidrocarburos y la explotación de trabajadores migrantes. Se trata de poner la soberanía alimentaria en el centro de la política agraria, nuestra salud y medio ambiente. Necesitamos políticas de transición que aborden de una vez por todas la reconversión de este sistema. No podemos abandonar a los agricultores/as a su suerte. Necesitamos repensar la alimentación y realizar un giro de 180º.”»
Otra agricultura es posible. Sólo debemos exigir a las administraciones coherencia con su discurso y las políticas necesarias para lograrlo.
Una parte de la construcción de una realidad con más futuro es agradable y motivadora ( la de sembrar, la de apoyar proyectos jóvenes, la de tejer vínculos duraderos con las comunidades locales…). Pero también hay otra parte que es más difícil y ésta pasa por salir a la calle, como han hecho estos días los y las agricultoras, o apelar al sistema judicial como nos toca hacer ahora a Stopagroparc para detener otro macroproyecto y así dejar claro a la sociedad y a las administraciones que no sucumbiremos.