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El intercambio celestial de Whomba
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Te enviamos una de las 12 nuevas ilustraciones originales creadas para la nueva edición por Mario Trigo, de edición limitada + Postal ilustrada del libro + Ejemplar de la novela + Edición digital de la obra
Recibirás un cuento original ambientado en el mundo de Whomba escrito por Guillermo Zapata + Ilustración original + Postal ilustrada del libro + Ejemplar de la novela + Edición digital de la obra
Para celebrar que hemos iniciado la segunda fase de financiación en Goteo hace pocos dÃas, os presentamos el segundo relato ambientado en el mundo de Whomba. Esta vez el responsable es Carlos Pérez, más conocido como @Usagi2099, responsable del tumblr "Demasiadas Aficiones" (http://usagi2099.tumblr.com/) biólogo, escritor, diseñador de dispositivos biotecnológicos para las guerras discrónicas y más cosas que no podemos revelar aquÃ.
No queremos dar ninguna pista sobre cual es contenido exacto del relato. Basta decir que por lo que sucede en el relato se desencadenan algunos acontecimientos que llevan a la imagen que acompaña este texto. En ella vemos a una jóven Loona (Maestra de Negociadores) teniendo una pequeña charla con Merher, el dios de la muerte, a cuenta de un acuerdo que la hermana de Merher tiene en el territorio de Gulf.
El relato se puede leer perfectamente sin haber leÃdo la novela. Es más, es una buenÃsima entrada a la novela.
Disfrutad.
EL ORDEN NATURAL DE LAS COSAS.
A Wester siempre le habÃan enseñado que existe un orden, una lógica indiscutible que
determina los aspectos fundamentales de la vida. Las estaciones siguen un ciclo concreto, el
agua solo fluye hacia abajo, los padres no deberÃan enterrar a sus hijos, lo que vive debe morir.
Eran verdades universales, cosas que habÃa aprendido sin cuestionarlas durante la mayor parte
de su vida adulta. Hasta que llegó a Gulf. Maldijo el dÃa en que decidió abandonar su vida de
bardo.
Toda su vida, desde que tenÃa uso de razón habÃa ansiado recorrer el mundo, conocer
gente, aprender sus historias y vivir sin ataduras. Por eso fue a la academia de Ghinza y
aprendió a tocar y cantar lo suficientemente bien como para conseguir siempre unas
monedas. No muchas, pero si las suficientes para poder pagar una posada, un cuenco de sopa
y, tal vez, algo de compañÃa para la noche. Una buena vida, incómoda y no exenta de riesgos,
pero buena. Pasaron los años, recorrió medio continente y cumplió su deseo de conocer el
mundo a medida que sus huesos iban envejeciendo y sus pulmones perdiendo la capacidad de
antaño. Aun no era viejo cuando llegó a Gulf, pero desde luego ya no era un joven, y los
quilómetros a sus espaldas empezaron a pesarle. Tal vez si no hubiera llegado en otoño, con el
cambio de hoja y cuando su ánimo se volvÃa más melancólico las cosas hubieran sido
diferentes. Quien sabe.
El caso es que llegó a la posada, pidió un plato de estofado y cuando miró a los ojos de
la posadera supo que estaba perdido. Se hundió en ese verde profundo, sintió que se ahogaba
en el pliegue que formó la comisura de su boca al sonreÃr y comprendió que sus dÃas de
vagabundeos habÃan terminado. Ya no era un joven, habÃa perdido parte de la energÃa de
antaño, pero a cambio habÃa ganado unos recursos y un don de gentes más que notables. No
le costó mucho lograr lo que querÃa. Se casaron en primavera, y poco después Silj ya estaba
embarazada. No podÃa ser más feliz.
El invierno fue duro, pero lo soportaron. Desde que nació, el pequeño Bert no paraba
de reÃr y eso era suficiente. Hasta el dÃa en que comenzó a gatear y tratar de conocer lo que
habÃa más allá de la acequia. Fue un accidente. Un estúpido accidente. Estaba rodeado de
adultos y todos pensaban que alguno de ellos le estarÃa vigilando. Era muy tarde cuando lo
sacaron del agua, sin respirar y con la piel de color azul. Los padres no deberÃan enterrar a sus
hijos, pero todo lo que vive debe morir. Era una aparente contradicción, pero asà funcionaba el
mundo. El orden natural de las cosas. Excepto en Gulf. Allà adoraban a la diosa Mahr, señora de
la vida, y habÃan cerrado un pacto con ella hacÃa casi cien años. Nada habÃa muerto en Gulf
desde entonces. Tampoco lo hizo Bert, que seguÃa gateando por la casa con sus labios
amoratados y la piel cianótica. HabÃa pasado un año desde el accidente y su hijo habÃa dejado
de crecer, porque estaba muerto, pero seguÃa trasteando por la casa, porque Mahr no le
permitÃa morir.
Wester no lo soportaba más. Su mujer no entendÃa por qué no se alegraba de que su
pequeño siguiera con ellos. HabÃa tratado de hablarle del orden natural de las cosas, de que
habÃa situaciones que, simplemente, estaban mal. No lo entendió. Discutieron. Se pelearon. Se
dijeron cosas horribles. Ya no tenÃa un hogar, simplemente una casa donde siempre era
invierno. HabÃa empezado a beber, en grandes cantidades. Cualquier cosa con tal de
mantenerse alejado de aquella casa con ese ruido de gateo que le ponÃa los pelos de punta.
SabÃa que no era el único que pensaba asÃ, que casi todo el pueblo ya estaba cansado, pero
todos parecÃan resignados a aceptar su destino. Tal vez era porque no era natural de Gulf, o
quizá sus años en el camino le habÃan forjado el carácter de manera diferente, pero se negaba
resignarse.
Sentado en la posada, en la misma mesa en que se sentó el dÃa en que llegó, sacó su
pluma y una resma de papel y comenzó a escribir una carta a los negociadores. Todo esto
estaba mal. Alguien tenÃa que restablecer el orden natural de las cosas.
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Nos gustarÃa poder presentar Whomba en muchos sitios, charlar con la gente que ha leÃdo el libro o acercárselo cara a cara. Si tienes una asociaciÃ