Se llama Rosario Morcillo Quijada y cumplirá 32 años en mayo. Tiene un pasado de maltrato, cáncer de útero y dos niños de cuatro y seis años, el mayor con retraso, a los que cría ella sola. El año pasado iba a ser desahuciada; gracias a un reportaje y una petición en change.org le dieron un alquiler social y la renta básica, 426 euros, durante unos meses; muy poco, teniendo en cuenta que entre el alquiler (casi 100), la comunidad, la luz, el agua y el gas gasta unos 300 euros al mes. Ya entonces tuvo que entramparse, pero lo peor es que desde septiembre no cobra nada; ha vuelto a pedir la renta básica, pero se la han denegado tres veces con la excusa de que le faltaba un papel o estaba fuera de plazo. La última petición es del 12 de enero y aún no sabe nada. El cáncer se le ha reproducido y la operan en breve, quizá esta semana o la próxima. Está angustiada por la indefensión en que deja a sus hijos. Debe cinco meses de alquiler y el terror a que los echen de la casa no la deja dormir. Carece de lavadora y de fregadero, de modo que lava la ropa y los cacharros en la bañera, de rodillas. Una vez al mes recibe un par de kilos de legumbres y pasta del Ayuntamiento. Le duran dos días. Parece un cuento cruel de Dickens pero está sucediendo en el siglo XXI, en la UE, en España, en la Extremadura profunda: vive en Villanueva de la Serena (Badajoz). De 20.000 personas que solicitaron la renta básica en Extremadura en 2013 sólo la recibieron 200. Yo ya no sé cómo contar, cómo denunciar, cómo describir casos así, este clamoroso fracaso de nuestro sistema, esta vergüenza pública. No podemos seguir aceptando un desamparo semejante: por favor, recuperemos la indignación, desacostumbrémonos a la miseria. Lanzo esta botella desesperada por todas las Rosarios del país.
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